LA MUERTE DE LA PINTURA DE HISTORIA
Durante el siglo XIX entrará en decadencia la demanda de cuadros de temática religiosa, apostando los nuevos coleccionistas y mecenas, la burguesía, por géneros considerados hasta entonces como menores: la pintura de costumbres, el retrato y el paisaje.
La pintura de historia, era la beneficiada por los grandes encargos oficiales, lo que conllevará, asimismo, la monumentalidad en sus formatos.
La pintura de historia fue el soporte idóneo para construirlas claves identitarias de la sociedad tras el fenecido a historicismo que habla abanderado la pintura religiosa.
Eran cuadros que, aliados con una imagen romántica de España, construían el relato histórico oficial ensalzando de terminados hechos del pasado y obviando otros.
En España, la pintura de historia, encontró en el alicantino Antonio Gisbert Pérez (Alcoy 1834-Paris 1901) uno de sus mejores representantes. Aunque la producción pictórica de Gisbert no se realizo en la provincia, sino en Madrid, Roma y Paris, lo cierto es que, como ha estudiado el profesor Adrian Espi, su trayectoria profesional tuvo un constante reflejo en los medios de comunicación locales, ya que destacó entre sus contemporáneos al ser galardonado con importantes premios de la época
Si bien sus cuadros Ejecución de los Comuneros de Castilla o Desembarco de los puritanos en América le situaban en la línea de la pintura de historia más conservadora con referencia a hechos históricos muy distantes en el tiempo-, su actitud cambio en los años 70, comenzando a asumir un compromiso con la realidad contemporánea que, con salvedades, podríamos relacionar con el asumido por los prerrafaelistas británicos; un compromiso que, más tarde, marcaria a gran parte de los movimientos de vanguardia en Europa.
En su cuadro Fusilamientos de Torrijos sus compañeros, un encargo gubernamental de 1886 y verdadera exaltación de la ideología liberal, Gisbert subraya el sentido de crónica en la pintura en un momento y en un ámbito en el que la fotografía le estaba ganando terreno.
La transmisión fidedigna de los hechos y la obsesión arqueológica de la pintura de historia, les unía aquí con intenta despertar la empatía del espectador, Lo que le da tintes románticos.
Se trataba de la reconstrucción de un acontecimiento casi contemporáneo: un hecho que había ocurrido cincuenta y cinco años antes.
La reivindicación que hace Gisbert de que la pintura de historia no tiene necesariamente que representar hechos del pasado llega, pese a todo, tarde; hay ejemplos tempranos a nivel internacional de una concepción menos acartonada de es de género que datan del siglo XVIII.
Por lo demás, este cuadro, como la totalidad de la producción de Gisbert, no presenta innovaciones pictóricas importantes: el encorsetamiento y serenidad clásica de sus personajes; el tiempo sugerido a partir de la diferente actitud de cada personaje; su cuidado por el protagonismo del dibujo frente a un color suave y contenido; y la composición medida y geométrica de los elementos en la obra, le ligan fundamentalmente al neoclasicismo en el que se había formado, un neoclasicismo romántico que no abandonara a lo largo de su producción artística .»
Con respecto a esto es interesante sacar a colación una reflexión del profesor Adrian Espi que percibe la paradoja de Gisbert: “Políticamente liberal, pictóricamente conservador”.
Un pintor que, residiendo en Paris en los años en los que se gestaba el impresionismo, no llegó a apreciar que la innovación pictórica pasaba por el abandono temporal del asunto para encontrarse en los valores plásticos, en la propia pintura.
De hecho, a partir de la década de los ochenta la critica empieza a cocear sin remisión un género que considera caduco y que tuvo en Francisco Jover i Casanova (Muro de Alcoy 1836-Madrid 1890) y en Francisco Javier Amérigo i Aparici (Alicante 1842-Madrid 1912) otros relevantes representantes.
Articulo: Realizados por Isabel Tejada Martín, sirva desde aqui nuestro agradecimiento por la buena labor investigadora.